El profe de mi hijo
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El profe de mi hijo

Mi hijo mayor tiene un montón de profesores, pero hay uno que le cae especialmente bien. Escucha todo lo que dice con atención y entusiasmo y lo comparte todo a la hora de comer o de cenar con nosotros.

La primera vez que me contó lo que su profesor le había dicho casi escupo la comida.

Su profesor opina que el 1 de octubre no hubo violencia policial, que Catalunya no tiene derecho a la autodeterminación, que el Rey cuesta lo mismo que el presidente de la República francesa…

Mi primera reacción, como la de cualquiera, fue escandalizarme. ¿Por qué otro adulto le estaba diciendo a mi hijo cosas en las que yo no creo, cosas de las que estoy abiertamente en contra?

Ah, señores, el ego de los padres, nunca lo suficientemente bien ponderado.

Tardé unos minutos (ejem, o unos días), por supuesto, pero al final me di cuenta de que tener un profesor así es una oportunidad y una suerte. Y quien dice un profesor así dice cualquier tipo de profesor, con las ideas más dispares y diferentes que puedan existir.

Lo que este profesor le enseña a mi hijo va infinitamente más lejos que su asignatura (sociales, por si tenéis curiosidad). Por un lado, le enseña que no todo el mundo piensa igual. Mi hijo vive en la burbuja de su familia y sus amigos, de su ambiente controlado. Y de repente tiene acceso a un adulto, una figura de autoridad, que piensa algo diferente a lo que piensan los demás.

Y eso, a su vez, le enseña a respetar todas las opiniones (si yo hago el esfuerzo de morderme la lengua y respetar a su profe, evidentemente), incluso aquellas con las que no está de acuerdo.

Le enseña que hay buena gente que piensa de todo. Y de paso me lo enseña a mí. Porque su profe no dice nada para adoctrinarlo, ni para hacerlo pensar de una determinada manera. Su profe le cuenta lo que piensa y se lo argumenta. Y lo dice pensando que tiene razón, pensando que lo está ayudando.

Y eso me lleva al que sin duda es el mejor regalo que le hace este profesor a mi hijo: lo ayuda a pensar y a crearse una opinión propia. Cuando hay un conflicto entre lo que digo yo y lo que dice su profe, mi hijo razona. Mi hijo discute conmigo para defender a su profe cuando yo le digo que yo pienso otra cosa. Y luego en clase debate con su profe y defiende también mi postura. Y entre una cosa y la otra va formando sus propias ideas.

Muchas veces, cuando entra en casa y me cuenta qué conversación han tenido ese día en clase, me da pie a hacerle la mejor de las preguntas: “Y tú, ¿qué opinas?”. Y ahí surge una cascada de ideas desordenadas, a veces mal argumentadas e incipientes, que empiezan a conformar la manera de ser de este niño, mi hijo, al que le deseo solo eso: que sea capaz de pensar, de escuchar y de razonar.

Estos días que anda el río revuelto y que los maestros vuelven a ser (y van mil veces) el blanco de todas las críticas, yo quiero darles las gracias por todo. Porque me parece básico que los profesores hablen de actualidad con sus alumnos. Me parece básico que opinen. Me parece importantísimo que tengan tanto cariño y tanta empatía que tengan ganas de compartir con los niños su visión del mundo.

Quiero que debatan. Que todo el mundo pueda decir lo que piensa. Que les enseñemos a los niños que una persona no es nuestra enemiga porque opine otra cosa. Que les enseñemos que pueden opinar algo diferente a lo que piensan los adultos. Que les demostremos que podemos discutir en clase y luego salir al patio a jugar sin que pase nada.

Eso no es adoctrinar. Eso es crear niños empáticos, respetuosos y críticos. Eso es fomentar el diálogo, el intercambio de ideas. Eso es hacer que los niños estén conectados con la realidad, que se interesen por el mundo.

Lo digo muchas veces y no me canso de decirlo: si solo podemos hablar de las cosas sobre las que estamos de acuerdo, no estamos dialogando. Tenemos que ser capaces de intercambiar ideas y de escuchar incluso las que no nos gustan. Tenemos que aprender a respetar a los que dicen cosas que nos parecen horrendas (aunque luego Twitter se muera).

Así que, gracias, maestros. Gracias, profesores de instituto. Gracias por ayudar a nuestros hijos a pensar, a discutir y a respetar. Y a defender sus ideas. Gracias por jugárosla y hablar con los chavales mientras los políticos de tercera que tenemos se empeñan en usaros como arma arrojadiza. Gracias por tomaros tan en serio vuestro trabajo, que no solo es enseñar, sino también educar.

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