Creció en el techo
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Creció en el techo

Un buen día, empezó a brotar en el techo. Tenía hojas pequeñas y verdes, llenas de nervios. En la punta se abría lentamente un capullo violeta enorme.

No quisimos hacer aspavientos, pero la casa se llenó enseguida de periodistas y fotógrafos. Todos querían verlo, todos querían publicarlo. Querían la mejor foto y el mejor ángulo. Retransmitían día y noche.

La noticia llegó a oídos del alcalde, que se presentó sin avisar, feliz de poder colarse en los programas de tarde y los reportajes de las revistas. Repetía continuamente que era algo muy importante para el pueblo.

Posó para la foto en el momento exacto en el que la planta iba a florecer. La cara del alcalde era una sonrisa inmensa. Debía estar pensando en algún récord mundial o en las posibilidades de negocio que suponía esa rareza.

Los pétalos de la flor se abrieron en su totalidad, desperezándose, tensándose. Parecían las alas de una mariposa, suaves y brillantes. Era una flor hermosa. 

Engulló al alcalde de un bocado. Lo atrapó con los estambres y lo levantó como si no pesara nada. Luego lo cubrió con los pétalos, que se cerraron sobre él sin dejarle gritar siquiera.

La flor hizo un ruidito similar a un eructo y empezó a encogerse nuevamente. Ni los aullidos de los presentes ni los intentos desesperados de golpearla con cualquier cosa que tuviéramos a mano la molestó lo más mínimo. Empezó a desaparecer con tanta eficacia como había crecido.

Al final volvió a ser la mancha de moho de toda la vida, la que había dejado la fuga de la bañera de la vecina.

La calle lleva ahora el nombre del alcalde.

Foto de pixabay

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