Oda al odio a los cambios, las correcciones y las ediciones
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Oda al odio a los cambios, las correcciones y las ediciones

Voy a confesar que soy totalmente culpable de esto. Me molesta enormemente que alguien me toque un texto. Intento tomármelo con filosofía, pero cuando un editor hace su trabajo después de que yo escriba y haga el mío… me pongo de mal humor.

La relación con lo que escribimos es complicada. De hecho, la semana pasada hablábamos de lo mal que nos sienta que critiquen lo que hemos escrito, y esto tiene mucho que ver.

Lo que has escrito es como tu hijo. Y te parece perfecto tal y como está, con sus puntos, sus comas, sus frases subordinadas y su sentido del humor. ¿Cómo vas a dejar que alguien que no sea tú lo toque y lo transforme? ¿Cómo vas a permitir que mutilen lo que tú has escrito, que lo ensucien y lo prostituyan?

La verdad es que no lo sé. Es difícil. Es complicado. Te entra muy mal rollo.

Pero por otro lado es totalmente inevitable. Si quieres que tu texto funcione, que se lea bien, que sea natural… vas a tener que dejar que le metan mano.

El trabajo del editor o del corrector no es amargarte la vida. No es señalarte lo mal que escribes. No es fastidiar tu obra maestra. Su trabajo es pulir el texto, darle brillo, encontrar una palabra mejor, asesorarte, indicarte qué partes no se acaban de entender y qué párrafos son mejorables. No trabaja contra ti, trabaja contigo.

Creo que a todos nos tendrían que corregir nuestro trabajo de vez en cuando. Porque aunque te siente como una patada en los órganos más vitales del cuerpo, no deja de ser un aprendizaje.

Cuesta entender que remamos todos en la misma dirección, pero así es. Tu obra nos entusiasma a todos, y todos estamos deseando aportar un pequeño granito de arena para hacer que sea totalmente impresionante.

Pero no es solo eso. También tenemos que bajar de nuestro pedestal. Ya sé que no lo haces porque estés endiosado, pero al final es lo que parece. Tienes que permitir que venga alguien detrás y te diga que no, que aquí te has equivocado, que esto mejor así. Tienes que tragarte el orgullo e intentar analizar las correcciones como lo que son: constructivas. Que sí, que ya, que escribes genial. Pero cuatro ojos ven más que dos y la quinta vez que has leído el mismo texto, que además has escrito tú, ya lo pierdes de vista todo.

Y por otro lado, cuando la obra abandona tu cabeza, tus dedos, tu ordenador… ya es patrimonio de todo el mundo. Sigue siendo tuya y estará ligada a ti para siempre, pero, igual que un hijo, por mal que nos pese. tiene vida propia 😉 y va a crecer, cambiar, ponerse un piercing en la nariz y raparse al cero. Sin que tú puedas hacer nada. Igual que a un hijo, la tienes que querer por lo que es y permitirle que siga su camino, que encuentre pareja, que se cabree contigo y te diga que eres un burgués apalancado.

Aunque autopubliques, búscate un corrector, un editor, o un grupo de prueba. Gente en la que confíes, que sepas que va a leer tu texto con el cariño que se merece y que te va a hacer observaciones constructivas para que sea todavía mejor. Y acepta los comentarios sin pensar que tú estás por encima de ellos, que eres un Dios omnipresente y que sabes más de escribir que cualquier otra persona en el mundo. (Que te puede parecer una exageración, pero sé sincero, parte de verdad hay.)

Deja de tener miedo a los cambios. Deja de querer tener el control absoluto y la última palabra. Escucha y relájate. No pasa nada. Es una corrección, no un cambio de rumbo. Son pequeñas pinceladas, no es el alma del texto. Y lo más importante, están ahí para ayudarte y no para putearte.

No hay mucho más. Respira hondo, date una pequeña cura de humildad y lee con cariño, igual que han hecho correctores y editores. Queremos la mejor versión de tu texto y cuanta más ayuda tengas, mejor.

2 Comments
  • Ignacio de MIguel Diaz
    Posted at 11:08h, 23 febrero Responder

    A mi el otro día me pasó justo lo contrario. Me pasaron en el cuerpo de un correo la transcripción de una entrevista para un periódico de barrio en el que participo voluntariamente, y estuve una hora editándolo en word y puliendo y modificando los párrafos, pero llegó un momento que mi cabeza se dio cuenta de que le había dado tantas vueltas que no sólo iba a ser incapaz de ver nada más si no que hacía falta que lo revisaran un par de ojos frescos.
    Lo mandé a la lista de correo de la redacción y en unas horas un compañero lo devolvió con 4 o 5 frases pulidas que tenían más sentido. Durante unos segundos me sentí tonto de no haberlo visto por mi mismo pero luego me alegré, por que ahora el texto estaba casi perfecto y al fin y al cabo todos necesitamos ayuda 🙂

    • Paula
      Posted at 14:35h, 23 febrero Responder

      Sí, sí, es eso… llega un momento en que ni los ojos ni el cerebro nos dan para más y necesitamos un poco de perspectiva externa.

      Me alegra un montón que tú lo lleves bien. Yo no puedo evitar tomármelo fatal la mayor parte de las veces 🙂 Creo que soy un poco control freak y me gusta tener la última palabra. Pero es eso, con paciencia poco a poco voy aprendiendo a aceptarlo mejor. Y como tú dices, el texto al final mejora mucho y una ayuda externa nos va de perlas.

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